domingo, 20 de junio de 2010

Saramago


Día 19/06/2010 - 22.21h
En menos de seis meses han fallecido Miguel Delibes, Tomás Eloy Martínez y ahora José Saramago. Y tal como me ocurrió en los casos anteriores, apenas fui consciente de la desaparición física de Saramago, me acerqué a la estantería donde se alinean sus libros para velarlo leyéndolo. Cuando Delibes murió elegí «Viejas historias y cuentos completos» (Menoscuarto, 2006), una bella edición de sus relatos jamás reunidos. Cuando falleció Tomás Eloy fue diferente, porque nos conocíamos y nos habíamos tratado a la distancia durante casi 12 años. Así fue como releí «Lugar común la muerte» (Monte Ávila, 1979), una vieja edición de cuentos que Tomás Eloy publicó en Caracas durante uno de sus exilios. La lectura de Miguel Delibes fue por impulso, la lectura de Tomás Eloy por cariño y ahora que ha muerto Saramago, he releído «El año de la muerte de Ricardo Reis» (Seix Barral, 1985), por convicción literaria y sentimental.
Cernuda dijo alguna vez que todos escribimos para un lector futuro y dentro de unos años, los lectores de Saramago podrán saborear «El año de la muerte de Ricardo Reis» sin tener en cuenta lo que el autor pensaba sobre Castro, Arafat o Hugo Chávez, porque al conjuro de esa novela sólo es posible pensar en Pessoa o Teixeira de Pascoaes. En realidad, casi considero de mal gusto traer a colación las banderas que Saramago izó, pues la única razón por la que lo recordaremos será por su literatura. ¿Qué interés tendrían hoy día las ideas políticas de Dickens, Flaubert o Dostoievski?
«El año de la muerte de Ricardo Reis» es una novela sentimental y transida de literatura, que no de metaliteratura (ese malentendido). Aquel era el Saramago que más disfruté, aunque otros lectores suyos viven indistintamente enamorados de libros tan diversos entre sí como «Memorial del convento» (Seix Barral, 1986), «El Evangelio según Jesucristo» (Seix Barral, 1992) o «Ensayo sobre la ceguera» (Alfaguara, 1996). No hay elogio mayor para un escritor que las devociones enconadas de sus propios lectores. Por otro lado, Saramago fue un escritor tardío, pues su carrera como novelista comenzó en realidad hace apenas 20 años, cuando en 1980 publicó «Alzado del suelo» (Seix Barral, 1988), a punto de cumplir los 60 años de edad. Lo que quiere decir que recibió el Nobel de Literatura cuando sólo llevaba 16 años escribiendo. Un prestigio así —lo diré alto y claro— no es posible adquirirlo con argumentos y credenciales extra-literarias.
Saramago era un escritor admirado y querido por lectores verdaderos y no sólo por sus compañeros de ruta. Su humanidad era grande y su dolor ante lo inhumano verdadero. También era un sentimental y tenía un punto de coquetería que lo perfumaba de humor. Su legado en manos de Pilar estará siempre a salvo y su dimensión literaria trascenderá sobre cualquier otra, porque novelas como «El año de la muerte de Ricardo Reis» nunca dejarán de leerse.

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