jueves, 22 de marzo de 2012

La princesa y el falangista

Elizabeth Asquith
Jose Antonio


Una curiosa conexión entre José Antonio Primo de Rivera y Proust






La princesa y el falangista
AMADEU FABREGAT
Más que arrojar lodo sobre la II República, el franquismo impuso la ley del silencio acerca de ese período, aunque tampoco faltaron panfletos para calumniar a políticos como Juan Negrín o Manuel Azaña. Con todo, paradójicamente, uno de los personajes más adulterados por la dictadura fue precisamente uno de los suyos, José Antonio Primo de Rivera, convertido en estampita del santoral del régimen, una imagen ñoña bastante alejada de la realidad. José Antonio y Franco nunca se tragaron. Primo de Rivera conspiraba contra la República desde mucho antes que el general se pusiera al tajo del golpismo, y la inquina que le tenía a Franco derivaba en buena parte de la reticencia de don Francisco (cobardía, según el falangista) a levantarse en armas.

Esa antipatía mutua añade un morbo especial a la cínica beatificación de Primo de Rivera, convertido por el régimen en el Ausente, como en una obra de Beckett. El José Antonio que nos mostró el franquismo tenía algo de inmaterial. Su imagen y la del Caudillo presidían todos los ámbitos colectivos de nuestra infancia, desde las escuelas nacionales hasta los cafés. Viéndolos así, tan juntitos siempre, ¿cómo íbamos a pensar que se trataba de dos tipos tan distintos y que encima se detestaban?

Aunque los cromos del régimen siempre lo pintaron casto y puro, José Antonio era tan atractivo como mujeriego. Espero que admitir la belleza de un fascista, según los cánones de la época, un Sigfrido latino, no conlleve la pena de lapidación. En su novela «Riña de gatos», Eduardo Mendoza ficciona la relación de Primo con su gran amor, la heredera del duque de Luna, que terminó casándose con otro. Otra de sus pretendidas, la hija de los duques del Infantado, acabó metiéndose a monja, con proceso de beatificación abierto hace una década. Hubo muchas más, pero el romance más insólito lo mantuvo con la princesa Bibesco, «née» Elizabeth Asquith, hija de un primer ministro inglés, diez años mayor que el falangista. La relación de José Antonio con la británica ilustra la curiosa teoría de los «seis grados de separación», según la cual dos individuos de cualquier parte del planeta están interconectados por un máximo de seis intermediarios. Esta teoría se popularizó en los años sesenta y adquiere ahora mayor verosimilitud con la invasión de las redes sociales.
Marcel Proust
Dos personajes tan distintos como el líder de la Falange y Marcel Proust permanecen en la historia conectados a través de un grado de separación, aunque el francés falleció cuando Primo de Rivera cumplía diecinueve años. La amante inglesa de José Antonio era esposa del príncipe rumano Antoine Bibesco, amigo de Proust, cuya correspondencia con el escritor acabaría convertida en libro. El adúltero romance entre José Antonio y la princesa había sido retratado ya en algunos textos, pero José María Zavala añade nuevos datos en su reciente biografía del líder falangista asesinado en Alicante. El marido de Elisabeth sirvió a Marcel Proust de modelo para uno de sus personajes, Robert de Saint-Loup, que en la novela es un aristócrata guapo y bisexual. Antoine no se libró de alguna que otra maledicencia, por su familiaridad con el escritor homosexual, aunque parece que lo suyo eran las señoras, pero nunca se sabe.

Antoine Bibesco fue embajador de Rumanía en España durante la presidencia de Azaña. En sus memorias, don Manuel describe a la embajadora como una «loca que habla a gritos y acumula impertinencias». Pero al final debió de surgir entre ellos una amistad de alta comedia: la bella y la bestia, una aristócrata extravagante y muy leída y un brillante y feísimo intelectual. Cuando Azaña es encarcelado en Barcelona, ella intervendrá por la vía diplomática a favor de su liberación. Martín Otín descubrió en el archivo de la princesa una carta de José Antonio redactada en inglés desde la prisión alicantina. Elisabeth intentó mediar ante los gobiernos de Londres y París para salvarle, inútilmente, porque Franco nunca llegó a emplearse a fondo en ninguna negociación. Una década más tarde, la Bibesco dedicaría a José Antonio su última novela, «The Romantic».

El franquismo convirtió la II República en el paradigma de todos los males y la opinión dominante en los primeros años de la democracia ensalzó aquel período como el no va más. Menos mal que con la libertad llegaron también los libros, de los hispanistas anglosajones o de los ensayistas de casa, para entender más ponderadamente las luces y las sombras de aquellos apasionantes años treinta.

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